viernes, 28 de diciembre de 2012

La poesía como madre del lenguaje — En torno a Pizarnik


 

 Se abre una grieta inevitable que nos separa del mundo, que nos separa de nosotros mismos. Una grieta que nos sumerge y distancia de la nada. Una ruptura que nos asfixia y duele. ¿Se puede escapar? ¿Se puede tender un puente sobre esta grieta?

Es el desastre
Es la hora del vacío no vacío [1]

Una cuerda, una mano amiga, si tan siquiera una palabra de ánimo.

Pero es difícil asir esta cuerda. Hablar esta cuerda. Una cuerda que se torna cadena, la cadena de los hombres, la cadena que se arrastra por los años y arrastra consigo a todos quienes hablan.


Ella tiene miedo de no saber nombrar
lo que no existe  [2]

Y cómo renunciar a la pregunta, que se retuerce haciendo daño. Cómo decir lo que no se puede decir.


explicar con palabras de este mundo
que partió de mí un barco llevándome  [3]

El lenguaje se bifurca en dos. Heredamos un viejo esqueleto que huele a tumba y que sabe referir algunas cosas, señalar con su dedo de piedra agujeros muy profundos. Sabe también mucho de nosotros, porque nosotros somos sus hijos. Sabe contar cuentos, a veces, sabe predecir el futuro.

Pero quiero saberme viva
pero no quiero hablar
de la muerte
ni de sus extrañas manos. [4]

Es una promesa poderosa. (Toda una vida de aristas que se clavan en el cuerpo. Todo culpa o todo gracias a esa grieta que nos separa de la nada, que nos ahoga en el vacío no vacío.) Es una promesa que está ahí, amarrada a nuestro cuello por la cadena.

Yo no sé. No sé sino del rostro
de cien ojos de piedra
que llora junto al silencio
y que me espera. [5]


mas ahora alienta un rumor de fuga
en el corazón de cada cosa. [6]

Un rumor que sabe también mucho de nosotros:
 

más allá de cualquier zona prohibida
hay un espejo para nuestra triste transparencia [7]

Un rumor muy sabio y viejo que dice aquello tan difícil. Un rumor que también nace en nuestro interior, en el fondo del pozo.



Fragmentos para dominar el silencio


I

    Las fuerzas del lenguaje son las damas solitarias, desoladas, que cantan a través de mi voz que escucho a lo lejos. Y lejos, en la negra arena, yace una niña densa de música ancestral. ¿Dónde la verdadera muerte? He querido iluminarme a la luz de mi falta de luz. Los ramos se mueren en la memoria. La yacente anida en mí con su máscara de loba. La que no pudo más e imploró llamas y ardimos.


                                                                      II

    Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado y las palabras no guarecen, yo hablo.

    Las damas de rojo se extraviaron dentro de sus máscaras aunque regresarán para sollozar entre flores.

    No es muda la muerte. Escucho el canto de los enlutados sellar las hendiduras del silencio. Escucho tu dulcísimo llanto florecer mi silencio gris.


III

    La muerte ha restituido al silencio su prestigio hechizante. Y yo no diré mi poema y yo he de decirlo. Aun si el poema (aquí, ahora) no tiene sentido, no tiene destino.  [8]


Y sin embargo es un rumor que empuja hacia dentro. La promesa nihilista del no-cansancio.


¿Cómo no me suicido frente a un espejo
y desaparezco para reaparecer en el mar
donde un gran barco me esperaría
con las luces encendidas? [9]



Pizarnik decidió la muerte, se suicidó a los 36 años. No obstante, sabía perfectamente hablar ese otro lenguaje, sabía cómo tomar ese otro camino que nos promete decir tantas cosas. Quizá el mismo camino al fin y al cabo, el camino de la poesía (del no ser al ser, como nos dice bellamente Diotima[10]), pero andado en la dirección opuesta.

Nos cabe esperar —y eso es algo que no podremos saber todavía— que encontrase aquello que buscaba.


Mi ser henchido de barcos blancos. [11]



________________


Notas:


El número de página corresponde a la edición de Alejandra Pizarnik, Poesía completa, en la editorial Lumen, 2009

[1] Las aventuras perdidas, 1958, El despertar, pg 92.

[2] Árbol de Diana, 1962, 6, pg 108.

[3] Árbol de Diana, 13, pg 115.

[4] La última inocencia, 1956, La de los ojos abiertos, pg 51.
 

[5] Las aventuras perdidas, La caída, pg 81.

[6] Los trabajos y las noches, 1965, Donde circunda lo ávido, pg 168.

[7] Árbol de Diana, 37, pg 139.

[8] Extracción de la piedra de la locura, 1968, Fragmentos para dominar el silencio, pg 207.

[9] Las aventuras perdidas, El despertar, pg 92.

[10] El Banquete 205c “toda causa que haga pasar de no ser al ser es creación [poiesis]” según la traducción de Fernando García Romero en Alianza Editorial, 2006.

[11] La tierra más ajena, 1955, Lejanía, pg 43. 

miércoles, 26 de diciembre de 2012

La casa de las heridas


Quién es esa persona que mira tan insistentemente todo lo que hago. Por qué se extraña con el gesto arañado, por qué no comprende cuánto me duele.

Cierro los ojos y todo es de silencio. En la habitación hay una herida.

No puedo saber yo tampoco qué estás pensando, con esa rabia que huele a humedad en los pasillos.

Y te odio. No sé por qué ni cuánto. Tu pelo enredado y la cara sucia, el olor tan tuyo. Las paredes se retuercen contra la piel y eso también es misterioso. Por qué no te marchas. Los dos lo pensamos. Por qué no desapareces y me dejas por fin a mí a también romperme contra el suelo.

Te echo de menos. Eres la caricia como una llaga, los ojos abiertos que nunca lo fueron tanto. En mi recuerdo una ventana, todo un juego. Y en el jardín los árboles siguen creciendo como si todo fuese lo mismo.

Yo ya no puedo. Las palabras que no hacen daño, las palabras de hierro que no hacen daño.
Por favor abre la puerta, vete, pero no me dejes aquí.